(Y sin embargo, ahí estaba, un domingo por la noche, llorando en mi cama)
Cuando me mudé a mi primer depa, sentí que todo era perfecto. Dormía sola, comía sola, podía ver lo que quería en la tele, nadie me interrumpía en el baño, y el silencio… ese silencio se sentía a veces como un spa.
Era lo que había esperado por años. Me sentía libre, capaz, “grande”. Como si por fin estuviera haciendo algo que validara todo mi esfuerzo. Así pasaron los primeros días. Incluso las primeras semanas. Hasta que llegó el primer domingo en que mis hermanos vinieron a visitarme. Y luego se fueron.
Ese día, ese momento justo después de que la puerta se cerró y me quedé sola… lloré.
Me acosté en mi cama, y me sentí triste. No aburrida. No nostálgica. Triste.
Y me lo pregunté de frente: ¿Hice bien en venirme? ¿De verdad quería esto? ¿De verdad quiero desayunar sola, cenar sola, llegar y que nadie me espere, ni siquiera para preguntarme cómo me fue?
Lloré. Mucho. Me quedé dormida llorando.
Y al día siguiente, lo pensé con más calma.
¿Es normal sentirse triste cuando te independizas?
Sí.
Incluso cuando todo va bien. Incluso cuando elegiste irte por voluntad propia. Incluso cuando tu depa está bonito, limpio y silencioso.
La tristeza no viene porque te esté yendo mal. Viene porque estás enfrentando algo que no sabías que te iba a doler: cambiar de vida.
Después de 15, 20 o 30 años de vivir con compañía constante, de convivir con tus papás, con tus hermanos o con quien sea que haya estado cerca… de pronto estás sola. Aunque lo hayas planeado. Aunque lo hayas soñado.
Y eso pesa. No siempre. Pero a veces sí. Y no, no es depresión. No es debilidad. Es ajuste. Es proceso. Es parte del precio emocional de hacerte cargo de ti.
¿Qué hacer cuando te llega ese bajón?
No te voy a dar una receta perfecta, pero esto es lo que a mí me sirvió —y todavía me sirve— para salir de esos días grises cuando aparecen (y ya no por vivir sola, porque desde aquel día que te cuento al inicio, ya pasaron 1 años):
1. Llámales
No te aísles por pena. Marcarle a tu mamá, a tu hermana o a alguien de confianza no te quita lo independiente. Recordarte que sigues conectada te sostiene más de lo que crees.
2. Repásalo todo
Haz memoria. Recuerda cuánto deseabas este momento. Lo que trabajaste para lograrlo. No estás aquí por accidente. Estás aquí porque te lo diste. Y eso no lo borra una noche difícil.
3. Haz algo solo para ti
Lee, cocina, sal a caminar, ve tu serie favorita. No como distracción, sino como forma de recuperar ese vínculo contigo. La tristeza no siempre se quita con compañía: a veces se suaviza con presencia propia.
4. Sí, también se vale una copita
A mí me servía servirme una copa de vino, poner música, y simplemente dejarme estar. No para tapar lo que sentía, sino para acompañarme mejor. Esa es la parte más difícil de vivir sola, pero también la más transformadora: aprender a ser tu propia compañía sin expectativas.
La independencia no siempre sabe a logro. A veces sabe a duda. A silencio incómodo. A cama grande y corazón chiquito. Y eso también es parte.
No significa que estés fallando. Significa que estás creciendo.
Y crecer duele, incluso cuando estás justo donde querías estar.
Lee también: Tu autoestima cambia cuando empiezas a hacerte cargo de ti y te la crees