Les juro que en nada se parecía mi realidad a lo que esperaba que fuera mi vida independiente.
La primera semana, para empezar, fue un caos. Un depa desordenado, sin casi nada para comer (ni creatividad para improvisar), sin utensilios básicos, viviendo a base de cereal y sin entender cómo funcionaba el boiler. Al mes, la cosa mejoró un poco: ya tenía un sofá comprado, aunque aún no me lo entregaban. Mi tele estaba sobre una caja de cartón, la misma en la que me llegó el horno. Todo estaba vacío, pero ordenado. Mi closet era tan pequeño que tenía que agacharme para entrar. Era un closet improvisado por la dueña: ¿era eso un reflejo de mi nueva vida? Funcional, pero con ciertas limitaciones.
La independencia tenía que sentirse diferente, ¿no? En mi cabeza, todo era más inspirador, más cool. Mi realidad, en cambio, tenía más gastos, más platos sucios y más silencio del que imaginé. Y así aprendí la primera gran lección: independizarse no es como en las películas o series.
Objetivo: Tener un espacio Pinterest-perfecto.
Obstáculo: La realidad
Si la vida independiente fuera como se ve en Instagram, la vida viviendo sola sería un desfile de velas aromáticas, desayunos aesthetic y sillones de diseñador. En mi caso, era más bien una colección de tuppers con ‘poquito de todo’ y una decoración basada en “lo que encontré en rebaja”.
Sin embargo, la realidad suele ser menos romántica y más práctica: facturas, limpieza, y silencio.
Pero, no te quiero confundir, eso no significa que fuera menos especial. Mi departamento era mío, aunque la tele estuviera sobre una caja. Nadie me imponía horarios ni me cuestionaba por qué cenaba galletas con café… por cuarto día consecutivo.
Nos obsesionamos tanto con “que todo sea perfecto” que olvidamos que el verdadero lujo es tenerlo. Piénsalo otra vez y concéntrate en la emoción que te genera: estás en tu depa de soltera.
La independencia es esa paz de saber que todo lo que hay ahí, aunque poco, es tuyo.
Objetivo: Libertad absoluta.
Obstáculo: El precio de la libertad (literalmente)
Nadie te dice que la verdadera protagonista de la independencia son tus finanzas. Porque sí, puedes llegar a la hora que quieras, pero también tienes que pagar luz, gas y agua a tiempo. Puedes pedir comida todos los días, pero al final te das cuenta de que un super bien hecho dura más y cuesta menos.
El primer mes, pagar renta me hizo sentir adulta. El segundo, me hizo entender por qué todo mundo le teme a la cuesta de enero.
¿Mi mejor consejo? Tener un archivo o un cuadernito con todos los gastos. No hay nada mejor que tener en un solo lugar las cifras que necesitas ubicar todos los meses, es un hábito que te va a ayudar muchísimo.
Objetivo: Qué todo sea emocionante.
Obstáculo: Hay mucho silencio
La primera vez que me quedé un domingo entero en el depa sin ver a nadie, sentí una mezcla rara entre paz y vacío. Nadie tocaba la puerta, nadie preguntaba qué había de comer. Solo yo, mi café y la certeza de que, si me enfermaba, nadie iba a recordarme que tomara medicina.
No era la libertad vibrante que imaginé; era más bien un eco, un espacio lleno de nada.
Pero el silencio no es enemigo. Con el tiempo, dejó de ser abrumador y empezó a sentirse como un respiro. Aprendí a disfrutar mis propios tiempos, a elegir qué escuchar sin necesidad de llenar cada espacio con ruido. Ya no me urgía salir corriendo a buscar compañía solo para evitar estar sola. La independencia no es un espectáculo de fuegos artificiales constantes; es aprender a estar contigo misma sin desesperarte, a encontrar emoción, incluso en los momentos más tranquilos.
Entonces, ¿vivir sola está padre o no?
¡TOOOOOTALMENTE! Pero lo curioso de independizarse es que, al principio, todo es una prueba de paciencia. La espera por los muebles, la incertidumbre de si el dinero alcanzará, el miedo de que algo salga mal. Pensé que la emoción estaría en la libertad absoluta, en hacer lo que quisiera. Pero la emoción real estaba en otras cosas: en aprender a comprar comida sin desperdiciar, cocinar para uno, en arreglar una puerta sin llamar al experto, en entrar a mi casa después de un día pesado y sentir que ese espacio, con todo y su desorden, era mío.
La independencia no llega de un día para otro, se construye. No es un momento épico con música de fondo, es un montón de pequeñas victorias: la primera vez que pagas la renta sin quedarte en ceros, el primer fin de semana que disfrutas sin ansiedad, la primera noche en la que el silencio ya no pesa.
Y un día te das cuenta de que ya tienes rutinas, que tu casa ya se siente como un hogar y que la soledad ya no es una amenaza, sino un privilegio.
Ahí es cuando sabes que lo lograste.
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