El amor también crece con nosotros

Cuando somos chavitas, tendemos a imaginar el amor como algo absoluto. Una especie de refugio perfecto donde, si encontrábamos a la persona correcta, todo sería sencillo. No importaban las diferencias, los tiempos, ni los obstáculos: si había amor, todo debía resolverse. Así nos lo contaron, así lo quisimos creer. Pero con los años aprendemos que el amor no es una fórmula. No todo lo puede, ni todo lo soporta.

Cuando somos chavitas, tendemos a imaginar el amor como algo absoluto. Una especie de refugio perfecto donde, si encontrábamos a la persona correcta, todo sería sencillo. No importaban las diferencias, los tiempos, ni los obstáculos: si había amor, todo debía resolverse. Así nos lo contaron, así lo quisimos creer.

Pero con los años aprendemos que el amor no es una fórmula.

No todo lo puede, ni todo lo soporta.

Que a veces dos personas pueden quererse sinceramente y aun así necesitar caminos distintos.

Amar no siempre significa quedarse, ni separarse significa dejar de amar.

A veces, amar también es aceptar que ya no es el mismo amor, que ha cambiado, que tú has cambiado. Que sostenerlo por inercia (o necia) no es sinónimo de lealtad, sino a veces de miedo. Y que hay mucho más valor en una despedida honesta que en un “para siempre” resignado.

En ese proceso, tu forma de ver el amor se transforma. Dejas de pensar en él como una necesidad que llenar, y comienzas a verlo como una elección consciente. Menos basada en expectativas ajenas y más construida desde tu ser, desde lo que de verdad te hace bien.

Entiendes que no necesitas que alguien ame lo mismo que tú para compartir la vida. No necesitas coincidir en todo, tener los mismos pasatiempos o pensar igual en todo. Lo importante es cómo se construyen puentes sobre esas diferencias, no la cantidad de cosas que se tienen en común.

También aprendes que no necesitas arrastrarte al dolor para justificar una separación. No hace falta que haya gritos, ni traiciones, ni dramas para validar que algo terminó. A veces el cariño sigue, pero ya no cabe en el tipo de vida que cada uno necesita. Y eso también merece dejarse con amor.

Llegar completas para compartirnos

Cada relación que has tenido —larga o corta, intensa o tranquila, bonita o dolorosa— dejó algo. Aprendes a poner límites donde antes “dabas el 200%”. A reconocer tus necesidades sin culpa. A entender que ceder siempre no es amor.

Perderse en otro no es romántico.

Descubres que a veces no se trata de buscar a alguien que te complete, sino de llegar completos para compartirte. Que amar no debe costarte la paz, ni hacerte más pequeños para caber en el espacio del otro.

Y con cada historia terminada, la idea del amor se fue volviendo menos genérica y más personal. Dejas de seguir mapas ajenos, empezamos a dibujar los propios. Lo que antes parecía ser una lista de requisitos —que le guste lo mismo, que quiera lo mismo, que encaje en cierta idea— hoy se convierte en una búsqueda de afinidad real, de complicidad que se construye y se elige todos-los-días.

Y en esa flexibilidad, en esa apertura a lo inesperado, también encontramos una nueva versión de ti mismas. Una versión más libre, menos preocupada por gustar y más enfocada en construir relaciones que te permitan crecer. Cada relación no solo te enseñó a amar mejor; también te enseñó a ser más fieles a quien eres hoy.

Ahora, dejas de escuchar las frases de siempre: “que encuentres lo que buscas”, “algo mejor vendrá”, de la misma manera. Entiendes que no se trata de que llegue otra persona a ocupar un vacío, ni de que alguien nuevo “superé” lo que fue. Lo que viene mejor no está afuera: eres tú. Eres tú, con más claridad, más conciencia, mejores límites, menos resistencia, más amor propio.


Pensé en todo esto mientras preparaba algo para comer. Supongo que algunas ideas también se cocinan así, a fuego lento.

Te puede interesar: Elegir sin miedo y sin permiso

Depa De Soltera:
Related Post