Desde pequeñas nos enseñaron a medir nuestra vida en etapas: la escuela, la carrera, la pareja, el matrimonio, los hijos. Nos vendieron la idea de que el éxito se traduce en “cumplir con todo” en el tiempo adecuado, sin desviaciones, sin preguntas. Como si hubiera un solo camino correcto y salirse de él fuera un fracaso.

Pero con el tiempo muchas de nosotras nos dimos cuenta de que ese camino predefinido no siempre nos quedó. Y que lo verdaderamente valioso no es hacer lo que se espera, sino lo que realmente queremos. Y aquí entra el problema: ¿qué pasa cuando ni siquiera sabemos qué queremos?

Porque no se nos enseñó a elegir con libertad.

Se nos educó para ser funcionales dentro de un sistema que rara vez contempla los deseos individuales. Nos acostumbramos a pensar en lo que es “lo correcto” antes de preguntarnos qué nos hace felices. Aprendimos a adaptarnos, a complacer, a cumplir.

Hasta que llega un momento en el que algo nos sacude. Puede ser una relación que no nos llena, un trabajo que ya no nos motiva, una decisión que tomamos sin pensar demasiado. Algo hace ruido, algo nos incomoda. Y en ese punto, tenemos dos opciones: seguir en automático o detenernos a cuestionar.

Cuestionar es incómodo.

Porque elegir con plena conciencia nos hace responsables de nuestras decisiones. Ya no podemos culpar a la sociedad, a la familia, a la expectativa. Si decidimos quedarnos en un lugar que no nos hace bien, lo hacemos con los ojos abiertos. Y si decidimos cambiar el rumbo, tenemos que enfrentarnos a la incertidumbre de lo desconocido.

Pero en esa incertidumbre también hay poder.

El poder de construir una vida propia, sin guiones. De definir el amor en nuestros propios términos. De decidir si queremos o no queremos hijos sin sentirnos culpables. De encontrar satisfacción en la carrera que elegimos, aunque no sea la que otros esperaban.

Se necesita valentía para desafiar lo establecido.

Para decir esto no es para mí aunque todo el mundo parezca seguir esa ruta sin dudar. Para reconocer que una relación, un trabajo, un estilo de vida, pueden haber sido buenos en su momento, pero ya no lo son.

La verdadera independencia no es solo económica o emocional, es también mental.

Es liberarnos de la idea de que debemos ajustarnos a un molde para ser valiosas. Es darnos el permiso de cambiar de opinión, de equivocarnos, de intentar de nuevo.

Hoy, más que nunca, elegir conscientemente es un acto de amor propio. No porque tengamos que demostrar algo a los demás, sino porque la única persona que va a vivir con nuestras decisiones somos nosotras mismas.

Así que pregúntate: ¿estoy eligiendo desde el deseo o desde la costumbre? Y si la respuesta no te gusta, recuerda que siempre estás a tiempo de cambiarla.

📌 En el último episodio de #PequeñaNecesidad, hablamos de este tema con Ana Alicia Alba. Si te hizo eco, escucha el capítulo completo y sumemos juntas a esta conversación.

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